Termina un experimento político que afectó profundamente las tradiciones políticas de Estados Unidos.
(Foto de: Vanity Fair, 2020)
El 20 de enero Joe Biden se posesionará como presidente número 46 de los Estados Unidos, ocupará la Casa Blanca para el periodo 2021-2025 y por su avanzada edad (78) es poco probable que se presente para una reelección a la cual tiene derecho según la constitución.
En los primeros 18 días del año 2021 han sucedido eventos inesperados en este país como lo fue la toma del capitolio por parte de los seguidores del aun presidente en funciones Donald Trump o el hostigamiento a los diferentes senadores republicanos en los aeropuertos, como también las protestas, pacificas por el momento, en varias ciudades capitales de seguidores republicanos que consideran a Trump el adalid de la política del siglo XXI.
Es enfermizo ver como cierta población no solo de Estados Unidos sino del mundo entero puede aceptar a un personaje que no es político pero que ha logrado por medio de un discurso bien preparado acaparar masas de población que ha sido históricamente conservadora y que independientemente de quien se presente vota por el Partido Republicano. Pero a partir de 2016 esa base republicana, la más ultra derechista, la que ha concordado con expulsar a los ilegales endureciendo las penas judiciales, de proteger la frontera sur del país son los que estarán en cuatro años pidiendo a gritos que Trump sea de nuevo candidato.
El ahora partido Demócrata que domina Cámara y Senado debe tomar decisiones trascendentales para el futuro del país. En los próximos meses se verá que tan solo está en realidad Donad Trump o que tantos seguidores puede mantener de cara a los comicios de mitad de mandato en 2023 y la futura aspiración presidencial en 2024. Pero más allá los primeros 100 días del gobierno Biden no pueden centrarse solamente en enterrar lo hecho por Trump. Biden debe buscar los caminos para unir a la nación en torno a la próxima contienda electoral. El presidente debe tener la capacidad de ponerle fin al filibusterismo que tanto afectó la presidencia de Obama, unir en una sola voz a la nación en contra de la supremacía blanca, del racismo, la xenofobia, las masacres, las muertes de población afro y LGBTI, eso es lo que debe lograr, recuperar el sueño de un gran país que dejó pasmado en un discurso para la historia Martin Luther King y que Kennedy junto con Johnson lograron hacer realidad con una reforma pocos años después.
El comienzo de un nuevo gobierno en Estados Unidos trae aspectos positivos para el mundo. Con líder con visión de liderazgo el país retomará ese norte que históricamente lo ha caracterizado. Ahora más que nunca el planeta necesita de un dirigente que una a todas las naciones en la lucha contra el covid19, buscando disminuir los contagios y las muertes que tienen asolado a todos los países de este hogar al que llamamos tierra.
De punta a punta, del atlántico al pacífico hay una división profunda de país, ese sueño americano, ese anhelo de ser un país grande estuvo perdido por cuatro años; pero eran necesarios esos cuatro años para entender que la Casa Blanca no puede ser liderada por un empresario sino por un político que trabaje de domingo a domingo por el bienestar de 400 millones de personas pero también por la seguridad de 7000 millones de habitantes.
Ese es el sueño que a lo largo de los últimos 80 años ha vendido Estados Unidos y la época de la gran superpotencia mundial aún no ha terminado, su imperio sigue igual de fuerte y poderoso como lo soñó en algún momento Franklin Delano Roosevelt.
Ambos partidos han tenido lideres extraordinarios desde la segunda guerra mundial, luego del gran bache de los últimos cuatro años es hora de que el país recupere su rol de líder y gran estratega en el tablero de la geopolítica internacional y Biden como viejo zorro político que es en cuatro años puede recobrar el terreno perdido apostando por el multilateralismo y el regreso a instituciones como la OMS y el respeto por acuerdos firmados por anteriores administraciones con es el Acuerdo nuclear con Irán y la recomposición de las relaciones con Cuba.
El orgullo no le permitirá a Donald Trump continuar con la tradición de entregar la Casa Blanca y acompañar al presidente electo en su juramentación. El 30% que reflejan las encuestas es el resultado de lo que ha sido su gestión como presidente envuelto en polémicas sin un norte claro pero con un discurso que caló en lo más profundo de una población dividida a base de mentiras poco antes vistas en la política americana.
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